Conclusión
Los economistas hemos hecho algo parecido al ridículo en esta crisis. Casi nadie la vio venir. Casi nadie supo explicar lo sucedido, y finalizando 2010, casi nadie sabe qué va a ocurrir. Los sobresaltos en los mercados financieros y las malas noticias en los sectores reales de la economía indican que las cosas todavía pueden empeorar.
Las raíces de esta crisis son muy profundas y se encuentran en la esencia misma de las economías capitalistas. El volcán que estalló en 2008 es la parte visible de un desastre que se viene cocinando desde hace más de 30 años. Los orígenes se encuentran en la compresión salarial que a partir de los años setenta provocó que el crecimiento se redujera, la masa salarial cayera y la desigualdad aumentara.
La actuación incompleta frente a la crisis está provocando gravísimas secuelas. Desde el principio se hizo hincapié en los estímulos a la economía, en reducir las pérdidas de empleos y en el sostén a los estratos más débiles. Así se logró impedir otra Gran Depresión a costa de ahondar los déficits públicos, pero se cometió el error de salvar los bancos a la deriva sin reformar el sistema financiero disfuncional que había desencadenado la crisis.
Ahora, la reacción de los mercados financieros a la elevación del endeudamiento público ha hecho volver al mundo al rumbo tradicional de una economía política de libre mercado, saneamiento de la hacienda pública, adelgazamiento del Estado y retroceso de la protección social. Hoy acechan dos peligros: el incremento de la desigualdad y la inestabilidad económica.
Para el caso de España, este panorama es desolador. España se encuentra en un grave atolladero. El colapso de nuestra economía con más de 20% de parados y una demanda interna disminuyendo día tras día, precisan de un estímulo económico que sólo el Estado puede ofrecer. No obstante, las imposiciones del bce y fmi caminan en la dirección contraria; se nos exige que disminuyamos la deuda y reduzcamos el gasto público, excepto para el pago de los intereses de la deuda.
La magnitud alcanzada por el empleo atípico en España ha provocado el descenso de los salarios y, con él, la caída de la demanda privada. La solución no puede ser abaratar el despido, incrementar la inseguridad económica y seguir disminuyendo los salarios. Para salir de la crisis es necesario que el aumento de los salarios reales vaya al compás de los incrementos de la productividad.
Esta crisis es la historia del fracaso de un modelo ultraliberal en el que la receta que se nos quiere imponer es profundizar en el error. En este contexto, lo más probable es que España va a sufrir un largo periodo de estancamiento; cuando no, recesión continuada en el tiempo. Pero, tal vez, el efecto más profundo de la crisis actual en España y los países periféricos de Europa se va a dar en la percepción que las personas más vulnerables tienen de la relación entre su pasado, su presente y su futuro. En la medida en que se rompa para ellos la visión positiva de una trayectoria de progreso, que forma parte de la cultura primordial de cualquier individuo y en función de la cual cada uno asienta la seguridad en el valor del propio capital humano, las posibilidades de "volver a construir" un estado del bienestar en Europa se alejará definitivamente.